Viéndonos obligados a partir, navegamos alrededor de la isla sin que en ningún momento dejase de seguirnos por playas y colinas un gran número de hombres armados. Finalmente, tras doblar el cabo norte de la isla, dimos con numerosos bajíos, donde durante diez días estuvimos expuestos a un peligro constante de perder nuestros barcos, pero afortunadamente el tiempo se mantuvo en calma. Hasta que llegamos al cabo más oriental de la isla pudimos seguir viendo a sus habitantes en playas y colinas, gritándonos y disparándonos a lo lejos para demostrar su hostilidad contra nosotros.
Decidimos seguir buscando un puerto seguro para ver si así podíamos volver a hablar con el islandés, pero no conseguimos nuestro objetivo, pues aquella gente, que más parecían animales que personas, no bajaban la guardia para así poder rechazarnos si intentábamos desembarcar. Sinclair, viendo que no había nada que hacer, y consciente de que si perseverábamos en nuestro intento la flota se quedaría sin provisiones, partió con el viento a favor y navegó durante seis días hacia el oeste; pero como el viento cambió hacia el suroeste y el mar se encrespó, navegamos durante cuatro días con viento de popa y finalmente avistamos tierra.
Al estar el mar embravecido y no saber de qué país se trataba, al principio nos dio miedo acercarnos, pero gracias a Dios amainó el viento y se instaló una gran calma. Unos cuantos miembros de la tripulación se acercaron a la orilla y regresaron enseguida con gran alegría contando que habían encontrado una tierra excelente y un puerto aún mejor. Nos acercamos a tierra en nuestros barcos y botes, y mientras entrábamos en un puerto excelente vimos a lo lejos una columna enorme que soltaba humo, lo cual nos dio la esperanza de encontrar habitantes en la isla. Por lejos que se encontrase, Sinclair no descansó hasta enviar cien hombres a explorar aquel país que nos informasen sobre sus habitantes.
Mientras, nosotros hicimos provisión de madera y agua y capturamos una cantidad considerable de peces y aves marinas. También encontramos abundantes huevos de pájaro que nuestros hombres, medio muertos de hambre, devoraban hasta saciarse.
La llegada del mes de junio nos sorprendió allí fondeados, la temperatura en la isla era templada y extremadamente agradable; pero al no ver a nadie comenzamos a sospechar que aquel lugar estaba deshabitado. Al puerto le dimos el nombre de “TRIN”, y al saliente que se adentraba en el mar lo llamamos “CABO TRIN”.
Pasados ocho días volvieron los soldados y nos contaron que habían atravesado la isla y llegado hasta la colina de donde el humo salía de manera natural de un gran fuego a sus pies, y que había un manantial del que fluía una sustancia parecida a la brea, que iba a parar al mar, y que en las cuevas de los alrededores vivían muchos hombres en estado semisalvaje. Eran bajitos y muy tímidos. También nos dijeron que había un río y un puerto seguro.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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