Como
dice Simon Wiesenthal: “Casi todas las
aventuras de la humanidad han empezado interrogando a un mapa”. Los mapas
hablan pero muy pocos los escuchan.
Los primeros mapas medioevales
son circulares, de acuerdo con la forma supuesta para el mundo habitado.
Redondos, ovalados o en forma de corazón, poco progresan en los primeros siglos
los mapas medioevales; además de colocar el Paraíso en uno u otro lugar del
Oriente, solían estar ilustrados con numerosas figuras de geografía física o
política, especialmente con representaciones de hombres y animales monstruosos.
En el siglo XIII se comienzan
a dibujar mapas más científicos, con menos fantasías; son los mal llamados
portulanos, cartas de compás o loxodrómicas , caracterizados por la encrucijada
de líneas que los cruzan, radios de dieciséis rosas náuticas con sus centros
dispuestos en circunferencia, mediante los cuales orientaban su rumbo los
navegantes; son, en suma, las primeras cartas náuticas no sujetas a método
ninguno de proyección, antes de que se inventara el sistema de proyección que,
gracias a Mercator, resolvió el problema de trazar el rumbo exactamente entre
puntos cualesquiera.
Estos primeros mapas presentan
una deformidad manifiesta contrayéndose las dimensiones Norte – Sur, debido a
que se utilizaban datos españoles o portugueses para las costas del Atlántico,
expresados en leguas, que al ser erróneamente reducidas a millas de portulano
produjeron esa deformación.
Pero en el siglo XIV
evolucionan rápidamente, al compás de las exploraciones de mallorquines,
catalanes e italianos, y famosos son éstos: el de Visconti, o de Sanudo (1320),
el Atlas de los Médici (1351), la carta catalana de 1375.
Los cartógrafos italianos se
servían de datos de españoles y portugueses para realizar sus mapas (aunque no
se conocen portulanos españoles o portugueses anteriores a 1339), de ahí procede
la mezcla de unidades que produjo la deformación ya citada en los portulanos.
Son los descubrimientos
lusitanos los que incorporaron el África entera a la Geografía, pero mucho
antes los habían precedido otros exploradores valerosos mallorquines que en el
primer tercio del siglo XIV se arriesgaron a llegar al mar tenebroso;
expediciones de las que no queda noticia fidedigna, pero sí del fruto de sus
descubrimientos, en los primeros portulanos mallorquines. Tal, por ejemplo, el
de Dulceti o Dulcert, fechado en Mallorca en 1339, elaborado por Angelino
Dulcert y que traza la costa africana en mayor trecho (dicen algunos) que los
portulanos italianos, los cuales llegan sólo hasta el cabo Bojador, considerado
como límite meridional del mundo.
Se tenía por verdad sólida que
al sur del cabo Bojador ( caput fines Africae ), situado en la costa africana
no lejos de las Canarias, se extendía el temible Mar tenebroso , en el cual la
mezcla de las aguas hirvientes del trópico, con las frías procedentes del polo,
producía espesa niebla de vapores que mezclada con las arenas del desierto
acarreadas por los vientos formaba una masa impenetrable. El miedo que
inspiraba el cabo Bojador, tenía un fundamento real. Parece ser, en efecto, que
más allá del Cabo se extiende una restinga de seis leguas de largo donde las
aguas se quiebran, arremolinándose y formando «un hervidero de olas furiosas».
Aquella extensión inmensa de espumas blancas hacía imaginar que el Océano, de
allí adelante, se prolongaba siempre en un bullir continuo por el calor de la
zona tórrida, tan ardiente y tan difícil que hacía imposible la vida en aquel
lugar.
En el siglo XV la cartografía
mediterránea había alcanzado un altísimo grado de exactitud. Especialmente
existía toda una estirpe de cartógrafos mallorquines excepcionales como
Guillermo Soler, Joan y Mecia de Viladestes, Gabriel de Valseca, Pere Rossell,
Joan Bertrán, Berenguer Ripoll, Jaume Ferrer y principalmente la dinastía de
los Cresques: Abraham y Jahuda, autores del Atlas Catalán de 1375.
El historiador portugués Francisco
Marques de Sousa Viterbo, dice en su obra “Trabalhos
Náuticos dos Portugueses nos séculos XVI e XVIII”: “…Por eso mismo la preocupación constante de don Enrique era doblar el
cabo Bojador. En 1433 mandó preparar una carabela cuyo mando dio a Gil Eanes, su escudero, para que
traspusiese el Cabo. Gil Eanes siguió la ruta de costumbre, pero no tuvo la
audacia suficiente para pasar adelante. Al año siguiente fue preparada otra
expedición, y don Enrique hizo la misma recomendación; se realizó otro viaje
para el gran paso; Gil Eanes, llegado allí, se decidió al fin a abandonar la
costa, marchar al Oeste y seguir al margen de la sabana de espuma. Así llegó a
su extremo; hacia el Mediodía tornaban a mostrarse las olas del mar glauco; por
la popa, muy lejos, la tierra desaparecía en el horizonte de bruma; el
piloto triunfante arrumbó al Sur (1434)”.
Lo que sí es incuestionable es
que entre 1300 y 1400 hay pruebas positivas de descubrimientos y viajes de
exploración por parte de expediciones mediterráneas por el océano Atlántico
antes de los viajes portugueses y esto queda probado en:
- El portulano de Dulceti, Dulcert o Dolcet, trazado en Mallorca en 1339, en el cual figura ya un gran trecho de la costa africana.
- La carta de Viladestes (1413), en la que se atestigua haber partido el 10 de agosto de 1346 una expedición de Jaime Ferrer para ir al Río de Oro (¿en Senegambia?), declaración que revela el conocimiento de la costa situada al sur del cabo Bojador, y que está confirmada por un manuscrito conservado en Génova.
- Una carta del Atlas catalán de 1375, en que figura la misma inscripción.
- Hubo además una expedición de los navegantes franceses de Dieppe, subvencionada por las comerciantes de Rouen, que se supone pasó del cabo Bojador en 1364, llegando hasta Guinea .
Muchos datos ciertos e
indicios probables hay, como se ve, en favor del descubrimiento y exploración
de la costa africana un siglo antes de las expediciones lusitanas. Si la
expedición de Jaime Ferrer en 1346, documentada en dos portulanos y un
manuscrito es, como parece, real, y se dirigió hacia el Sur (¿más allá del mar
tenebroso?), aunque no existen noticias del éxito que le cupo, prueba indudable
es de exploraciones más antiguas, que parecen corroboradas por el portulano de
Dulceti, fechado en 1339-40; y entonces resultaría que la serie entera de las
muchas y penosas exploraciones costeras realizadas en vida de Enrique el
Navegante no fue sino repetición de hechos ya
realizados hacía un siglo, pero probablemente olvidados y desconocidos cuando
este hombre extraordinario concibió, y en parte logró, realizar su grandioso
proyecto, que había de elevar al pequeño Portugal a un grado de poderío, extensión
y riqueza que raya en los límites de lo fabuloso. ¿Conocía Enrique el Navegante
estas expediciones mallorquinas por alguna carta o quizá solamente por noticias
recibidas del famoso Jaime de Mallorca a quien contrató en 1412 para organizar
la oficina de Sagres?
¿Se
conocía la existencia del continente americano? No es fácil responder a esta
pregunta pero sí hay constancia de multitud de mapas que contienen referencias
escritas o diseñadas de tierras al oeste de España en medio del Océano Atlántico.
Algunos de estos mapas son realmente enigmáticos por la información que revelan
y pareciera que están dibujados a partir de informaciones privilegiadas de sus
creadores.
Colón
tenía que conocer todos estos mapas y la cartografía de la costa africana de su
período portugués. Especialmente las costas de las islas atlánticas que
conformas la actual Macaronesia: Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario